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Me dijeron que 'no sería mamá' pero el cielo y trabajadoras sociales me cumplieron mi sueño

Una negligencia médica me arrebató la oportunidad de quedar embarazada; esta es mi historia con la adopción de mi primera hija
Publicado 10 May 2020 – 05:43 PM EDTActualizado 10 May 2020 – 06:10 PM EDT
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portrait of young mother and her cute baby on the seaside Crédito: MariaDubova/Getty Images/iStockphoto

En 1990 me convertí en mamá, sin embargo, a diferencia de otras mujeres, yo no esperé 9 meses a conocer a mi primogénita; mi historia comenzó muchos años antes, entre una negligencia médica y la sentencia absurda de que yo no podría ser madre.

Tenía 15 años cuando comenzó mi calvario con ginecólogos, salas de operación y quistes de herencia, pero no fue hasta los 29 años que descubrí que un doctor me había retirado los ovarios sin mi consentimientos.

El hombre no fue ni para escribirlo en un registro. Así que ya casada, tras un par de años de intentar quedar embarazada, y sin éxito, los doctores no entendían por qué yo no respondía bien a los tratamientos, algunos que incluso llegaron a poner mi vida en peligro, y de los cuales mi esposo ya estaba harto de verme sufrir.

En un último intento, accedí a una operación de exploración, mi Dr. quería saber qué pasaba conmigo y yo necesitaba también averiguarlo. Pues nada, yo sin ovarios jamás me iba a embarazar. El médico me dijo, "Cary, pues así está la situación, no vas a poder tener hijos", y lo miré y le dije, "¿a que sí puedo?". Me levanté y nos fuimos.


Camino a la casa, mi marido y yo nos miramos a los ojos y en ese momento lo decidimos: "¿Adoptamos? ¡ADOPTAMOS!". Ahí fue cuando empezó mi historia con la maternidad. Y aunque todavía no sabíamos todo lo que nos esperaba, nunca fue una opción rendirnos y cambiar de opinión. Íbamos a adoptar, íbamos a ser papás.

Con paciencia, mucha, debo decir, si hablamos de lo largo y cansados que llegan a ser los trámites de adopción en México. Era una tarea de todos los días, era un trabajo de no quitar el dedo del renglón. Era turnarnos entre mi esposo y yo cada ocho días para ir plantarnos frente a las trabajadoras sociales del DIF: "¿cómo va mi proceso? ¿cuándo me convierto en mamá?". Así fueron todos nuestros lunes, sin falta, durante cuatro años.

"No, señora, pues todavía nada", me contestaban unos días, pero otra veces, "ya los meteremos a ustedes en nuestra nómina, son más puntales que muchos trabajadores", y nos botábamos de la risa. Pero yo rezaba por mi hijo o hija, yo que al papa Juan Pablo II le había pedido mi milagro, sabía que un día se me iba a cumplir, sin embargo, nunca imaginé que ese día llegaría como llegó.

Era una jornada de trabajo normal en el banco donde laboraba, cuando al medio día me avisa el oficial de seguridad que alguien me busca en la puerta. Salgo y era la procuradora del DIF y la secretaria y me dicen: "Cary, usted acaba de ser mamá".

Me cayó de sorpresa la noticia y solo pregunté, "¿dónde está mi hijo?". Ellas me respondieron, "ah, ya se proyectó; usted quiere un niño". Yo contesté que yo quería un hijo, del sexo que fuera, y me dijeron: "pues es que acaba de ser mamá de una niña".


Nerviosa, emocionada, pegando brincos y gritos por el banco, llego a con mi jefa y le digo, "¿qué crees?, ¡vienen a avisarme que acabo de ser mamá!", y no me lo puede creer pero me grita "¡ya vete, vete por tu hija!", así que salgo y a donde primero voy es con mi mamá. Llegué a su casa y le dije, "Mamá, acompáñeme porque ya me van a dar a su nieta".

Fuimos al lugar y la hora que nos había citado, pero dos horas y media más tarde, yo seguía sin ver a mi hija. Mi mamá y yo pensando, "¿y si hubo un error? ¿y si ya alguien se arrepintió de algo? ¿Y SI ERA UNA BROMA?", bueno, ya con los nervios y la inquietud, pensamos de todo.

Pero no, ese día, a las 04:30 de la tarde, los veo llegar a todos y, efectivamente, traían a un bebé en sus brazos. Me emociono y le digo a mi madre: "¡mire mamá, si es cierto, ahí viene mi hija!".

Me la dieron y en ese momento sentí cómo ponían en mis brazos toda una vida nueva y diferente entre unas cobijas. Venía con su receta de la fórmula que iba tomar, con el nombre del doctor que la había revisado, pues la bebé era sietemesina y había estado en incubadora por tres meses; me la dieron con todo y dos juguetitos que la procuradora y la trabajadora social me llevaron de juguetearía para obsequiarlos como recuerdo. Ya nada volvería ser igual, todo eso ya estaba entre mis brazos.

Confieso que yo no quería verla, tenía un miedo horrible de que algo pasara y me la fueran a quitar, que me dijeran, "oiga, hubo un error, regrésela", y yo haberme quedado con la imagen de su carita en mi cabeza. Prometí verla hasta llegar a casa, sin embargo, mi mamá si la vio desde un principio y me decía: "¡Esta hermosa, está divina!".

Llegamos a casa de mi mamá y estaban todos, en aquel tiempo no habían celulares y mi mamá y yo nos habíamos desaparecido por muchas horas. Mis hermanos y mi esposo estaban en la casa, y él sin saber qué había ocurrido. No tenía idea de que ya se había convertido en papá. Llegamos y se la enseñé, y lloramos juntos. En ese momento, recordé algo que no se me podía pasar. Al lado de la casa de mi mamá, vivía mi doctor, el que me había dicho que no iba ser mamá.

Pues fui a su casa, le timbré y le presenté a mi hija: "Qué hubo, ¿no que no iba ser mamá? le presento a mi hija". Él se soltó llorando de la felicidad.


Quedaba avisarle a los papás de mi marido. Mi suegra emocionada por teléfono me dijo: "¡Vamos para allá!", aunque eso sí, no sabíamos cuál sería la reacción de mi suegro, pues sabíamos que él nunca había estado de acuerdo. Nos decía: "piensen más en los contras que en los pros de adoptar", pero pues no se nos ocurría mucho, nosotros solo queríamos una familia.

La primera vez que le dijimos que planeábamos adoptar nos dijo que no. Nos dijo que si lo hacíamos, nos olvidáramos de él. A nosotros nos pudo mucho, sin embargo mi esposo siempre le dijo: "pues de ser así, el día en que me convierta en papá y yo adopte, será la última vez que nos veamos". Ni modo, eso pensábamos. Pero nunca dimos un paso para atrás; queríamos ser padres.

Mis suegros llegaron a mi casa con tantos y tantos regalos; una cuna, una bañera, juguetes, ropa, pañales, de todo. Mi suegra emocionadísima y él... pues él muy serio. Pero llegó, tomó a la bebé en sus brazos y se puso a llorar.

Fue entonces que no entendimos, pensábamos que él no iba a estar feliz, pero nos demostraba absolutamente lo contrario, estaba más que emocionado. Entonces le preguntamos, "¿pues no que ya no nos ibas a hablar si adoptábamos?" y nos dijo que había mentido.

"Yo lo que quería era que ustedes estuvieran seguros. Que no tuvieran ni una sola duda de lo que estaban a punto de hacer, porque era una decisión de por vida. Y yo sabía que esto los haría más fuertes; yo quería comprobar que a ustedes le valía lo que dijera medio mundo", nos explicó, lo entendimos, y él toda su vida adoró a sus nietos.


Y sí, efectivamente, en su momento nos valió lo que dijera o pensara medio mundo, a hasta lo que supuestamente pensara mi propio suegro. ¿Nos llegaron a hacer comentarios incómodos sobre nuestros hijos? Sí. Que si no nos importaba de qué familias venían, y yo no más no entendía que tenía que ver una cosa con la otra.

Jamás nos hicimos las víctimas por no ser padres biológicos, nunca nadie nos vio hacer un drama, ni éramos un cliché de novela: "a ellos no les hablen de hijos, porque no pueden". Si no nos importaba eso, menos nos iba a importar que ya teniendo a nuestros hijos hubiera quien pensara que "no fueran suficientemente nuestros".

A nosotros las trabajadoras sociales y Dios nos pusieron muchas pruebas, algunas que a muchos padres biológicos yo no sé si se las ponen, pero creo que puedo decir que las superamos. Dios no me lo iba a negar, yo también soy su hija. Solo tenía que ser paciente, muy paciente.

A la semana siguiente que me convertí en mamá de Mariana, fui de nuevo al DIF y llevé de nuevo mi papelería. Mi hija iba a necesitar un hermano. La procuradora y las secretarias me veían y me decían: "Cary, pero si le acabamos de entregar a su niña", y yo les decía, "pues por eso, porque ya sé lo tardado que esto será y yo quiero que mis hijos crezcan juntos".

Cuando mi hija fue creciendo, fui explicándole como era su realidad. Ella y yo veíamos una telenovela donde una niña era huérfana y vivía con su abuela. A mi niña le dolía mucho que ese personaje no tenía a sus papás, así que yo recuerdo que tome esa historia para que ella entendiera que yo era su mamá, pero no era su mamá biológica. Y lo comprendió muy bien.

Chistoso era cuando luego ella inventaba sus historias; desde trágicos accidentes automovilísticos, hasta que su mamá se había muerto porque le explotó el boiler de gas. Pero claro que eran juegos de su mente de niña, pero en el fondo siempre supo y entendió todo claramente; sobre eso de mentirle a tus hijos sobre su adopción, la verdad que yo, personalmente, lo veo como una tontería.

¿Qué tan lejos puedes mantener un engaño así? Además, ni que la vida real fuera una telenovela. No, para nada, mis hijos, y mis sobrinos, todos sus primos, siempre supieron la realidad y siempre fue algo normal en nuestra familia.

Yo lo único que le agradezco a la vida es la oportunidad de ser su mamá. De verlos felices, de verlos realizarse. Ahora mi hija, de 29 años, está cumpliendo uno de sus más grandes sueños, viviendo en el extranjero, buscando sus aventuras, escribiendo su historia en este mundo. Y aunque no hay día de mi vida que yo no la extrañe aquí conmigo, me da un gusto enorme y una satisfacción, como madre, saber lo lejos que ha llegado y la mujer tan fuerte y valiente que se ha convertido. La admiro mucho.

Hace algunos años ella llegó y me dijo, "Mamá, me gustaría mucho que nos hiciéramos un tatuaje tú y yo" y le dije "Va, sí mi hija, si lo hago". Yo ni lo pensé, solo dije que sí. Me enseñó el dibujo y eran las dos estrellas, una grande, que me representaba a mi y una pequeña, la cual era ella.

"La estrella grande también será mi abuela y la estrella pequeña también serás tú", me dijo. A ella le encantan las estrellas, y cuando ella era pequeña, ambas le pedíamos a esas dos estrellas que nos hicieran el milagro de que a mi hija Dios le mandara un hermanito.

Años después se le concedió un hermano y después le llegó otro. A mi el cielo me cumplió mi sueño de ser mamá y mis hijos no podrían ser mejores. Hoy celebro y comparto con ustedes mi historia, que va a dedicada con mucho cariño a todas las familias del mundo logradas gracias a la adopción y a la labor de los trabajadores sociales que hacen posible que nuestros hijos lleguen sanos y salvos a su destino, que es nuestro hogar.


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