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María Félix

María Félix y Agustín Lara: así fue la historia de amor entre La Doña y el compositor

La pareja eligió la Navidad de 1945 para unir sus vidas; el gusto duró muy poco.
Publicado 10 Ago 2022 – 06:04 PM EDTActualizado 10 Ago 2022 – 06:04 PM EDT
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Por décadas y hasta el día de hoy, María Félix y Agustín Lara son una de las parejas más icónicas de la historia del espectáculo nacional. Seis años de amor fueron suficientes para hacer que generaciones completas pensaran, gracias a una canción, que así es como el amor debe ser. Y es que los versos que Agustín le dedicó a María, donde le dice: “acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, María bonita, María del alma”, parecen seguir enamorando a cualquiera en cualquier rincón del mundo.

Sin embargo, contrario a lo que se pensó por años, esa relación nunca fue miel sobre hojuelas. Desde el principio existió la negación de María sobre los deseos de Agustín, un hombre talentoso, con fama y prestigio que se propuso conquistarla usando la vieja infalible de la admiración. O por lo menos es algo que la mismísima ‘Doña’ contó sobre el día que conoció a Agustín por primera vez.

Según María, su primer encuentro fue en una caseta telefónica donde él no dejaba de hablar. Ella, desesperada por usar el teléfono, tocó el vidrio para apurarlo a terminar. Él salió molesto por la presión y le preguntó a ella: "Y usted, ¿quién es?", a lo que ella respondió: "¡Y a usted qué le importa! Soy quien soy y qué".


Pero según el libro ‘Mi novia, la tristeza’, de Guadalupe Loaeza, María Félix no pudo resistirse a los encantos del compositor, y cuando apenas tenía 20 años lo escuchó cantar y hablar en un programa de la XEW, donde quedó maravillada y dijo: “Me voy a casar con ese señor”, augurando su futuro.

Ya para 1943, Tito Navarro, productor de la película ‘La china poblana’, presentó formalmente a este par, del que se rumora su flechazo de amor fue inmediato. Horas después de ese primer encuentro donde sabían perfectamente el uno del otro, Agustín mandó un piano blanco a casa de “La Doña” con un mensaje que decía que sólo él le tocaría canciones especiales.

Y así fue. El 24 de diciembre de 1945 se celebró la esperada boda en la casa de Polanco de María y la luna de miel fue en Acapulco, en el mítico Hotel Papagayo, donde nació la romántica canción de María Bonita.

El romance entre estos dos duró sólo seis años, tiempo en el que María se consagró como una gran actriz del cine mexicano y como una figura femenina emblemática de las mujeres de los años 50. Se dice que el hecho de que María gozaba de gran fama y popularidad no era del agrado de Agustín, quien celoso de la mujer que tenía a su lado, siempre mostró su peor cara, al punto de tener celos enfermizos y no dudar en dispararle en un arranque que por fortuna no pasó a mayores.


El matrimonio pronto se terminó, pero quedó entre ellos Rocío Durán, una pequeña que Agustín adoptó y que María cuidó como una mamá desde que tenía 5 años hasta los ocho.

Casi 10 años después, cuando ese matrimonio estaba más que enterrado, Agustín fue a casarse con Rocío, su hija adoptiva cuando apenas tenía 17 y él ya 60. María siempre juró que esa fue la mayor venganza de Agustín contra ella, pues no soportaba haberla perdido. Aún así, la relación con Rocío perduró hasta pocos años antes de que María muriera, o eso es lo que asegura la propia Rocío, quien después explicó que su matrimonio con Agustín fue para cuidarlo como él cuidó de ella sin tener obligación. Que siempre lo quiso como a un padre y además estaba agradecida con ‘La Doña’, quien siempre la trató como a una hija.

“Maruca (María Félix) fue la mujer más maravillosa conmigo, me bañaba, me hacía mis caireles, me compraba mis vestidos y la quise mucho. Llevamos una amistad hasta cinco años antes de que se muriera”, dijo Rocío Durán en una entrevista.

Al final de sus días, María Félix confesó haber amado mucho a Agustín, por quien aceptó haber hecho cosas que jamás pensó, como perdonarle todas sus infidelidades y escenas de celos. Pero también dijo que saberse más amada de lo que ella podía amar la aburría, así que nunca luchó por un hombre, bueno, sólo contra ella misma.


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